martes, 26 de mayo de 2009

Pueblos de América

Los perfiles de la democracia anómica en América Latina


Escrito por Franco Gamboa Rocabado
25-05-2009

En la mayoría de los países de América Latina, los sistemas democráticos, que tienen por lo menos veinte años de vida, empezaron a mostrar señales de agotamiento y profundas contradicciones; por lo tanto, las discusiones teóricas sobre la “consolidación de la democracia” en el continente han perdido relevancia. Casi todas las democracias, e inclusive el único gobierno totalitario del Caribe como el socialismo cubano, destacan una característica especial: la erupción incontrolable de conflictos latentes y manifiestos que destruyen progresivamente las instituciones y el orden político.

Si se analizan las guerras civiles en Haití y Colombia, la violencia y el caos político presentan un escenario que debilitó las estructuras estatales y la democracia como fin último en la búsqueda de una sociedad tolerante con gobiernos estables. Ecuador, Venezuela, Perú y sobre todo Bolivia, son países demasiado divididos donde los partidos políticos no logran reconducir la toma de decisiones, sino que confrontan un desprestigio que ocasionó la caída de varios gobiernos elegidos democráticamente; por otra parte, los caudillos que súbitamente aparecen para compensar el déficit de legitimidad del sistema de partidos tradicional, tienen serias dificultades para tomar decisiones políticas que sean respetadas por diferentes grupos porque sus iniciativas e intereses obedecen más a metas de corto plazo, sin mostrar una voluntad para asumir la consolidación de capacidades estatales en la negociación y el aprovechamiento de experiencias exitosas en la implementación de políticas públicas, junto con criterios de equidad y visiones duraderas de largo aliento.

El Estado y la sociedades latinoamericanas ingresaron en la oscura dinámica de la “anomia”; es decir, un ritmo donde cualquier ciudadano se acostumbró a vivir al borde del riesgo, la incertidumbre y la corrupción cotidiana, aceptando como normal la violación de derechos humanos, los abusos del poder y las tenebrosas explosiones de autoritarismo desde la sociedad civil por medio de sangrientos linchamientos, ajusticiamientos ilegales que cometen las instituciones policiales como en las favelas de Brasil, los barrios marginales de Argentina, y el narcotráfico que penetró profundamente en el sistema político mexicano.

Estos problemas tienen raíces estructurales que se remontan directamente a las contradicciones de las estructuras sociales donde la inseguridad institucional del sistema político, la dinámica inestable de la democracia, la gigantesca desigualdad en la concentración de la riqueza, la pobreza y las crisis económicas cíclicas, tienen consecuencias que promueven todo tipo de confrontación, arbitrariedad en la interpretación del derecho y descomposición de los Poderes Judiciales y los Parlamentos, que sencillamente no pueden resolver el núcleo de los problemas más importantes como la eficacia para incentivar una institucionalidad duradera.

En un ambiente donde hay diferentes sectores divididos dispuestos a la eliminación directa de los enemigos, cada actor tratará constantemente de afirmar su propia posición intentando convencer a los miembros de otros sectores de que sus acciones son legítimas. Por otra parte, los líderes de los grupos que se sienten perjudicados, como una gran mayoría de grupos urbanos marginales e indígenas, negarán aquella pretensión de legitimidad; en este caso, es importante el fortalecimiento de una autoridad nacional plenamente reconocida: el Estado latinoamericano, en calidad de ente rector para la gestión exitosa de los conflictos públicos, de lo contrario se corre el riesgo de caer en peligrosas situaciones de “anomia social y política”. La disgregación de las instituciones en América Latina está conduciendo a la naturalización del caos y a la aceptación de situaciones extremas.

La anomia significa, por lo tanto, estar ante un peligro permanente, sufrir una sensación de desconcierto y desorientación ante una multiplicidad de normas opuestas y contradictorias donde cualquier grupo o institución puede reaccionar de manera inesperada afectando los intereses colectivos y dañando seriamente a otros grupos; de esta forma se generan las mejores condiciones para el estallido de la violencia por desesperación, oportunismo o supervivencia.

El Estado es una autoridad despreciada por gran parte de la población, primero porque los pobres no reciben la protección esperada, y segundo porque las élites y los aprovechadores del poder, han manipulado las estructuras estatales hasta destruir las orientaciones más mínimas.

La “dispersión” de las normas y el enfrentamiento entre diferentes actores social-corporativos e institucionales que se mueven en los diferentes sistemas democráticos, muestran un molde institucional donde es fundamental reconocer la necesidad de coordinar e integrar de manera armónica diferentes regulaciones, leyes y capacidades gerenciales para reducir la dispersión y aquellas visiones parcializadas que son particularmente negativas, inclusive con la ejecución de varias reformas constitucionales que habiéndose promulgado, representan cambios escuálidos porque los partidos de izquierda y derecha han aprendido a sacar ventajas electorales del desorden. Todos exageran las crisis, exacerban los conflictos por un frío cálculo, terminando por adorar la democracia anómica.

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