jueves, 17 de abril de 2008

Políticas para otra política

"La igualdad entre géneros llegará cuando las mujeres puedan cometer los mismos errores que los hombres y no se las insulte por ello”
Amelia Valcárcel, filósofa

La primera vez es importante en la política, como en la vida. Se recuerda imborrable y cambia o marca, casi siempre, la historia sea personal o colectiva. La primera Ley de Igualdad, el primer Ministerio de Igualdad, la primera vez que hay más mujeres que hombres en el Gobierno y la primera ministra de Defensa, configuran -por ejemplo- una carta de presentación atractiva y muy mediática.

La primera vez indica la dimensión de los cambios, su carácter fundacional, el punto de partida. Pero la transformación, es decir, la auténtica política, necesita segundas y terceras veces. La continuidad, la perseverancia, la determinación para ampliar las primeras veces y convertir la senda angosta en caminos transitables es un ejercicio que conjuga mal con la autocomplacencia, que siempre tienta.

El orgullo -legítimo- de iniciar un camino que nadie intentó antes, la coherencia íntima de hacer lo que se cree justo e inaplazable, la voluntad política de cumplir los compromisos con hechos y conciliar lo que se piensa con lo que se dice, y lo que se dice con lo que se hace, puede provocar cierta relajación, por exceso de satisfacción ética o estética. Necesitamos hitos, sí; pero, sobre todo, necesitamos hechos constantes para superar tanta discriminación.
El combate contra el machismo y, todavía más, contra la misoginia en la política es tan exigente como el que debemos afrontar en la sociedad, en la vida familiar y en las empresas. Y tiene unas características específicas que hacen de este combate un reflejo, inequívoco, de la capacidad que tendrá la política, en su conjunto, para reconciliarse con la sociedad y recuperar parte de la valoración perdida que nuestros ciudadanos tienen -sobre todo- en los partidos políticos y en la política representativa.


La primera consideración es que la política democrática y, en particular, las opciones progresistas, deben feminizar sus estructuras, sus propuestas y sus estéticas. A la pregunta sobre si garantizar la mitad del poder, como respuesta a la representación paritaria de la sociedad, es condición necesaria para otra política, hay que responder afirmativamente, sin dudarlo. Pero la condición necesaria puede no ser suficiente si la paridad y la progresiva normalización de la incorporación de las mujeres en todos los órganos de decisión y en todos los sectores, sean los cuarteles o los consejos de administración, no van acompañadas de una permanente feminización de la política y de la manera de practicarla.
A las mujeres políticas, como a todas las demás, se las juzga doble cuando ejercen tareas directivas y se les paga la mitad en las otras, o no se les pagan, o se les añaden esfuerzos, en las cotidianas.


La hostilidad y, en algunos casos, la falta de respeto y el mal gusto (”El batallón de modistillas de ZP”, Antonio Burgos, 14-04-08) con los que algunos medios se han hecho eco del pestilente olor de prejuicios y opiniones de corte machista y misógino hacia el nuevo gobierno o hacia las nuevas portavoces parlamentarias, son un dato muy preocupante. Y un indicador clarísimo de las dificultades a la que hay que hacer frente.

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