jueves, 5 de junio de 2008

Ciencia y Conciencia de la Sociedad

Hace aproximadamente medio siglo, en un artículo cuyo título reproducimos para encabezar estas reflexiones, Raymond Aron advertía que el análisis cuantitativo de los fenómenos sociales se difundía con rapidez en las sociedades modernas para satisfacer la curiosidad de los ciudadanos y el interés de los gobernantes.

Las mediciones del ingreso nacional y de su distribución según niveles de propiedad, empleo y salario comenzaban, pues, a dar sus frutos. Al paso de estos cincuenta años, el mundo representa un tablero en el cual se compara constantemente la riqueza y la pobreza de las naciones. Merced a estas operaciones, que prosiguen la tarea encarada desde el siglo XIX por los censos de población (siendo presidente, Sarmiento fue el responsable de nuestro primer censo nacional), el planeta se refleja en estructuras estadísticas con escalas de estratificación: ricos, medianos y pobres se mueven sin cesar entre las categorías numéricas, marcando los ritmos del ascenso y los más frustrantes del estancamiento y la declinación. La condición necesaria para hacer creíbles estos cálculos acerca de la posición respectiva de los países y de sus habitantes es que se hagan con un mínimo de honestidad.

Cualquier estudio de estas características es susceptible de refutación de acuerdo con la regla matriz del progreso científico, pero una cosa es refutar sobre la base de un método adquirido y modificado mediante sus propios procedimientos de control y otra, muy distinta, es entablar una polémica entre el Estado y la sociedad, porque las opiniones asumen que, con esas estadísticas, se engaña y, deliberadamente, se falsifica la realidad. En última instancia, entre el repertorio de bienes públicos que un régimen democrático garantiza en la sociedad, figura, en un puesto relevante, la oferta confiable de un conjunto de estadísticas capaces de dar cuenta de nuestro estado social y económico. Sin ellas, a los gobiernos les cuesta fijar la orientación de las políticas y, más tarde, efectuar el balance de sus resultados.

A mayor calidad y consistencia de esas ofertas, menor posibilidad de que las sociedades caigan por la pendiente de la mentira institucionalizada y de la incredulidad pública. En la atmósfera que nos agobia, con su interminable carga de conflictos, estos comentarios tienen para el Gobierno el aire de un asunto extranjero a nuestra circunstancia, como si los argumentos que se esgrimen fuesen producto de una empecinada voluntad de oposición. ¿Por qué subrayar el problema de la inflación cuando los porcentajes de aumento de precios que provee el Indec indican un nivel comparable al de Uruguay o Brasil? ¿Por qué agitar el fantasma de la pobreza cuando las últimas mediciones marcan un pronunciado descenso en la cantidad de quienes padecen ese flagelo? Los porqués podrían seguir repitiéndose hasta cubrir gran parte de nuestro sistema social.

En rigor, más que preguntas, son denuncias inscriptas en una sociedad que parece haber perdido, en la esfera pública, el resorte de su propio conocimiento. Como es sabido, este disloque comenzó cuando Néstor Kirchner intervino el Indec y destituyó a su dirigencia profesional porque el pronunciado crecimiento de la inflación ponía en riesgo el pago de un conjunto de bonos de la deuda indexados por el costo de vida. Además, asunto no desdeñable, esa inflación real, que ya mostraba con voracidad sus dientes, no coincidía con la inflación que pretendían dibujar los gobernantes. Esta política fraguada, de diseño impuesto, prosigue produciendo datos en un contexto de más en más contestatario. La razón es muy simple: frente a la historia oficial nacida de la entraña del Estado, la sociedad y la organización federal hacen conocer tantas historias como sus recursos de investigación lo permiten. Las provincias presentan sus propias evaluaciones, la Iglesia hace las suyas, y los sindicatos ponen sobre la mesa de negociaciones exigencias de aumento salarial superiores en más de veinte puntos a los guarismos oficiales de inflación (con lo cual, como un colega me comentaba días pasados, seríamos testigos del aumento efectivo de salarios más espectacular de cuantos se registran en las estadísticas internacionales). ¿Dónde encontrar, en este campo circunscripto, alguna punta del hilo de la verdad?

Las sociedades requieren plataformas objetivas en las cuales proyectar el sentimiento subjetivo de la confianza. Si las informaciones son inseguras, si los datos sobre la inflación y la pobreza se convierten en una arena donde campea el conflicto de opiniones en lugar de constituir un espacio de certezas, entonces lo que termina prevaleciendo es la opinión del más fuerte o, en su defecto, la anarquía de opiniones sin referentes que las contengan. El Gobierno afirmó que alrededor del 20% de nuestros compatriotas son pobres. Algunos obispos y muchas instituciones sociales respondieron que esa cifra es falsa pues estiman que el porcentaje real por efecto de la inflación rondaría el 30%. Teniendo en cuenta estas diferencias, la existencia de tres millones de pobres estaría en juego. Cifra en extremo preocupante.

Una vez más: ¿dónde está la verdad? ¿Dónde el piso de nuestras creencias básicas fundadas en la razón del conocimiento? Una de las consecuencias que se derivan de este juego de verdades y mentiras, de realidades y de apariencias, es el desenvolvimiento de una suerte de conciencia falsa en torno a lo que diariamente acontece. Ciertamente -el mismo Aron subrayaba este aspecto en el artículo citado más arriba-, la conciencia parcial y contingente que puede adquirir de sí misma una sociedad proviene de una interpretación teórica más o menos ambiciosa. Las grandes teorías del pasado, de Auguste Comte a Karl Marx, estuvieron inspiradas por ese sobresaliente propósito. Hoy podríamos afirmar (algunos lo harán con nostalgia) que esa etapa de las síntesis omnicomprensivas ha quedado atrás. En su reemplazo ahora contamos con un mosaico de conocimientos apuntalados, en términos cuantitativos, por nuevas tecnologías. Nadie podrá negar la insuficiencia de este planteo.

El conocimiento de las sociedades, pese a la velocidad de los cambios, marcha todavía con pasos cortos, tal vez por la incertidumbre que siempre planea sobre los designios y efectos de la acción humana. Sin embargo, entre este punto de partida, modesto y perfeccionable, y la falsificación voluntaria de la realidad que fabrica la prepotencia del poder, hay un larguísimo trecho: la brecha que separa un universo con datos creíbles de un campo minado por la incredulidad o por el apotegma maquiavelista de que el poder debe inducir, a cualquier costo, la creencia de sus súbditos acerca de lo bien fundado de sus políticas. ¿Hasta qué punto podrá fructificar esta manera de concebir el ejercicio del poder? George Orwell había imaginado en su libro 1984 un ministerio en el cual los burócratas modificaban sin cesar los hechos del pasado y del presente. Nosotros, al menos, somos más modestos.

No cambiamos todo, como en aquel orden totalitario, pero sí aquello que, circunstancialmente, conviene al poder. ¿Será éste un derrotero de larga duración? La realidad, siempre en pugna con la ilusión del político, termina al cabo abriéndose paso y castigando, como siempre ocurre en los procesos inflacionarios, a los más pobres y desvalidos. Esto podría sugerir que la política productora de falsas conciencias estaría condenada al fracaso. Por tanto, ¿para qué seguir insistiendo? Veremos si el nuevo índice de inflación del Indec disipa estos interrogantes.

No hay comentarios:

Nuestras colonias de inmigrantes

Rincón GauchoTras los pasos de los colonos irlandeses

La periodista Virgina Carreño brindó una charla en la que repasó el aporte de los inmigrantes al campo argentino

lanacion.com | Campo | S�bado 16 de mayo de 2009

About Me

Mi foto
En este nuevo blog intentaré dejar plasmado mis trabajos en pintura. Gracias por ser parte de él.