lunes, 9 de junio de 2008

Sociedad y Actualidad

Más ciencia y comercio
JUAN ORIBE STEMMER

El hambre es una realidad permanente y cotidiana para millones de personas en nuestro planeta. Aproximadamente 850 millones de personas en el mundo padecen de hambre; la mayoría (820 millones) vive en los países en vías de desarrollo, sobre todo en los países menos desarrollados del continente africano.

El tema central de la Conferencia de Alto Nivel sobre Se-guridad Alimentaria Mundial, convocada la semana pasada por FAO, fue el impacto del cambio climático y la creciente demanda por bioenergía sobre la oferta de alimentos. Sin embargo, la situación actual tiene muchas otras causas, además de las dos mencionadas. Incluyendo las políticas de muchos países, que restringen o desalientan la producción y las exportaciones de alimentos, y el significativo aumento de los precios del petróleo, el cual impacta, de diferentes formas, en toda la cadena de producción y comercialización de aquéllos, desde la cosecha hasta la distribución.

La propia FAO observa que los precios de los alimentos aumentan como resultado de una coyuntura internacional donde convergen tendencias de corto y de largo plazo.
Las primeras incluyen las bajas existencias de alimentos (especialmente el maíz y el trigo) y las malas cosechas en algunos de los principales países productores durante los últimos dos años.
Las segundas incluyen el rápido aumento en la demanda mundial por cosechas aptas para la producción de biocombustibles (como el maíz), frecuentemente impulsadas con el apoyo de subsidios, el cambio en las políticas agropecuarias de los países desarrollados que, al reducir sus subsidios a la agricultura tienen como resultado una disminución de la producción excedente que antes se exportaba, el desarrollo económico, el aumento de la población mundial, y el cambio climático.


La consecuencia de esta coyuntura es que, aún cuando cambien los determinantes de corto plazo, por ejemplo si los grandes productores logran mejores cosechas de maíz y trigo, la tendencia general será a un aumento en los precios de los alimentos.

Lo que le viene muy bien a los países especializados en la exportación de esos productos. Como es el caso del Uruguay. Y deberíamos sentirnos muy contentos por ello. ¿Han visto algún gobernante de un país productor de petróleo lamentar el aumento de los precios del vital oro negro? Más bien hacen lo contrario.

La declaración de la reciente Conferencia de FAO propone un conjunto de medidas para enfrentar los impactos negativos de los mayores precios.
Las medidas de corto plazo incluyen aumentar los aportes que reciben las agencias del sistema de las Naciones Unidas para asistir a los países más perjudicados, y adoptar estrategias para apoyar la producción y el comercio de los productos agropecuarios.
Las medidas de medio y largo plazo incluyen aumentar la resistencia de los actuales sistemas de producción, mantener la biodiversidad, "aumentar en forma decisiva las inversiones en ciencia y tecnología para los alimentos y la agricultura" y liberalizar el comercio internacional de productos agropecuarios, reduciendo las barreras al comercio y las políticas que distorsionan el mercado.
Es interesante ver como, ante la urgencia de la crisis mundial, los países coinciden en que lo que se necesita para enfrentarla es más y mejor ciencia y tecnología y más comercio internacional.
O sea, más apertura e integración, a escala global.

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